El carácter de Dios es sobre todo una disposición constante al cambio. No por aburrimiento o rutina, sino por su designio y poder. En medio de su proceso creacionista, le dio al ser humano un carácter reformador y transformador.
Conocer nuestros dones y talentos nos ayuda a poder estar enfocados en nuestro llamado, y poder aprovechar de manera efectiva nuestro potencial, en pro de la expansión del Reino de Dios.
Una transformación real es imposible sin Dios y su Espíritu guiándonos. Necesitamos su poder, su protección y su palabra constantemente en nuestra vida y acción.
Toda capacidad transformadora proviene de Él y es en Él que esta se hace perfecta. Su liderazgo sobre nuestra vida, conlleva que a su vez el nuestro se haga más específico y único dentro del área de influencia en que nos movemos.
Los recursos que poseemos van en correspondencia con nuestros dones y capacidad misional, son provistos para que nuestra misión sea completa y efectiva. Cuando hablamos de recursos incluimos en estos los recursos humanos necesarios para continuar adelante, nuestro equipo de personas que nos acompañan en la misión y se vuelven esos guerreros que, aunque parezcan pocos, son eficientes, efectivos, y necesarios en nuestro cumplimiento de misión y llamado. Algo así, como los valientes de David, los 300 de Gedeón, Timoteo o Juan Marcos. No son acompañantes, son en sí mismos protagonistas del Plan de Dios para sus vidas y para la época en la que nos haya tocado vivir.
Una transformación impactante, no nace de nuestro corazón o mentalidad. Nace del corazón de Dios y es puesta por Él en nosotros. Por tanto, los recursos necesarios para esta, ya están dispuestos para nosotros. La aparente carencia o soledad, en ocasiones solo vienen para que estemos más centrados en una correcta utilización y valoración de los mismos.
Hace muchos años tuve una experiencia de desolación y desamparo, de escasez y necesidad de supervivencia espiritual. No tenía nada que ver con frustraciones ministeriales, pues estábamos avanzando hacia la visión, pero sentía que nada me satisfacía o llenaba en Dios, que por muchos recursos que tuviera, no alcanzaban o generaban una transformación misional correcta. Esto me llevó a recordar un principio bíblico que estudiamos en Dinamo, ¨La visión viene a través de la oración¨. Necesitaba encontrarme de vuelta con mi sentido de destino, con mi llamado y misión. Comencé a tener momentos de oración y reflexión profunda, con el fin de devolverme y transformarme. Durante ese tiempo, Dios fue añadiendo personas con una misma mente (no pensamos igual), y de un mismo corazón en nuestro equipo de trabajo en Cru, los recursos comenzaron a ser más eficientemente utilizados, y la expansión comenzó de una manera muy transformacional, generando nuevos lideres que impactaban sus comunidades.
El gozo de servir y hacer crecer fue devuelto, y hoy podemos ir viendo una transformación impactante, donde El Espíritu de Dios nos guía, su visión es constante, los lideres sienten suya la misión, y cada vez surgen nuevas oportunidades para que los creyentes encuentren su lugar en el Reino de Dios.
La transformación impactante nace, se desarrolla y avanza en un ambiente de oración, comunidad y claridad en el llamado. El carácter transformador de Dios resurge en nosotros como un don (regalo), estando en el lugar correcto, con las personas correctas, en el momento correcto. Vivir pendientes de ese llamado y poder, hará que nuestros días cuenten de tal manera que como decía el salmista, traigamos al corazón sabiduría.
Deseo animarte a pensar en lo siguiente:
- ¿Qué experiencias has tenido en los últimos 2 años que te ayudan a estar más seguro de tu llamado en Dios?
- ¿Cuán importante es para ti los tiempos con Dios para desarrollarte?
- ¿Cuánto tiempo de oración crees que debas invertir en descubrir tu propósito de vida?